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Mostrando entradas de abril, 2013

Como abrazar a los sabios

Lo primero que ella vio fueron sus pies, abrigados con medias gruesas azules y alpargatas negras. El pie izquierdo adelante guiaba al derecho torcido hacia afuera. Entonces, con una mano hinchada, agarraba fuerte el bastón para ayudarse y así avanzaba por la calle que empezaba a hacerse cada vez más empinada. Cada cinco pasitos, el viejo paraba para tomar aire. Cada tres pasitos. Cada dos. Ahora se apoyaba en el paredón y miraba un punto fijo a lo lejos, mientras recuperaba el aliento. —¿Quiere que lo ayude? —le preguntó ella, extendiendo el brazo derecho para que él se agarre. La mano del viejo le agarró el brazo y le dio unas palmaditas. —Querida, agradezco tu espíritu solidario, pero tenés que entender que esto es un tema conmigo mismo. —La mano de las palmaditas ahora rebotaba contra el pecho del viejo. Sin dejar de agarrarse, el viejo siguió, con una cadencia lenta y constante, y con el tono y la voz que poseen sólo los sabios: —Sabés, yo soy de Buenos Aires.