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El culo grande y la luz interior (feliz cumple, Rosana)

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Muebles de mimbre. Cosas dulces caseras. Cuentos antes de irse a dormir y siempre. Libros, lápices, hogar. Dedos anchos y una nariz que termina en pelota. Unos lunares en forma de hormiguita que casi tocaban el labio y que un día se fueron. Una risa contagiosa que sale desde la panza. En todas estas cosas pienso cuando pienso en mi mamá.  Mi mamá irradia calorcito. Y si te apoyas en su pecho, ese olor a mamá te cura, te abriga y protege de todo. Es un olorcito que nadie más en todo el mundo tiene. No importa si ya tenés más de 30 años, volver a mamá es siempre lindo. Como caminar sobre algodón. Como el merengue de los lemon pie de mamá, o sus panqueques, que son esponjositos cuando rompés el caramelo. Mi mamá tiene el poder de convertir cualquier espacio en un hogar: lo llena de colores, de calor y de olorcitos que te hacen quedar ahí por mucho rato (como en su pecho). Mi mamá me compraba cuenta-cuentos que yo escuchaba mientras miraba los dibujitos de los libros cuando