Capaiti

Tenía algo así como tres años, supongo. Mi padre se tiraba en el piso boca arriba y yo me paraba en sus rodillas haciendo equilibrio. Él me agarraba de los tobillos y yo ponía las piernas rectas sin doblar ni un poquito las rodillas mientras él me levantaba de a poco en el aire. En una de estas pruebas de acrobacia que tanto me divertían, elevada en ese espacio y observando un punto fijo desde esas grandes alturas, actuó mi cacique interior. Estiré el brazo hacia adelante, puse la manito con los dedos juntos y apretados y, con voz grave de cacique (bah, o todo lo grave que puede poner la voz una piba de esa edad), dije: CAPAITI. En ese momento surgía el indio Capaiti, mi alter ego de niña cacique.