"No supe más nada hasta lo que yo creía la mañana siguiente. Abrí los ojos; seguían fijos en la puerta. Ambas luces estaban encendidas; la de la portátil y la que pendía del techo. No recordaba sueños, no recordaba haber existido; algo enorme y negro me había tragado y ahora, sin poder digerirme, me vomitaba sobre una cama.
(...)

Saludé elevando dos dedos hasta mi sien, y partí rumbo al restaurante. Era notable cómo había cambiado Penurias en tan poco rato. Habían afirmado las veredas y asfaltado las calles, los pájaros cantaban quintetos de Mozart aunque ya dominaba por completo la oscuridad, y los peatones se habían vuelto amables y cordiales. Me sonreían tiernamente al pasar. Los perros meneaban la cola y los elefantes se quitaban el sombrero y me hacían reverencias. El cielo estaba surcado por fuegos artificiales y por un enorme arco iris brillante; al pie de un extremo, un grupo de enanitos de Walt Disney enterraba apresuradamente una olla repleta de  monedas de oro. El aire era puro y fresco. La vida era hermosa.
(...)

Este hotel era sólo para tí; cuando te vayas, en su lugar se verá solamente un terreno baldío".


Mario Levrero - Dejen Todo en Mis Manos.

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