El taxista de carácter divino que no le tiene miedo a la noche


Hacía mucho que no viajaba en taxi. Lujos de burgués, pensaba. Pero a las 2 de la mañana en Flores un día de semana, esperar el puto bondi para volver a Vicente López hace replantearte esas ideologías de hippie pelotudo.

Me subo y al tipo le digo "Vicente López". Yo hablaba del barrio y él, de la calle en Capital. Menos mal que resolvimos el malentendido un par de metros después de que arrancara.
El tachero se parece mucho a ese actor yanqui secundario (pelado, petiso y de ojitos chiquitos) que no me puedo acordar cómo se llama. La cuestión es que tiene pinta de personaje entrañable.

"Esa calle está llena de cabarets", me dice. Supongo que habla de la calle Vicente López en Recoleta. Como nunca fui habitué de los cabarets ni de las calles de Recoleta, la afirmación del taxista para mí es una novedad.


Este es el momento en el que uno decide si se hace el gil y mira por la ventanilla, o si le pone onda e interactúa. Pienso en que los tacheros que laburan de noche están todos chiflados, en Robert DeNiro, el forro de Arjona y el gomazo de Lenny Kravitz. Seguro se me escapan varias referencias, pero esas son las que me vinieron a la cabeza cuando decidí “ma' sí, interactuemos”. Guardo el celu y los auriculares en la mochila y me acomodo, agarrada del apoyacabeza del asiento del acompañante. Como si el asiento del auto fuera una butaca de cine y yo quisiera que 
la historia me atrape.

—Ah, sí? —le digo—. Mucha gente te debe pedir que los lleves ahí.

—Uf, ¡no te das una idea!


A partir de ahí se pone interesante. El tipo me enumera los nombres de los cabarulos, me dice que en tal te cobran 100 dólares para entrar, y que ellos (si bien el flaco no labura en una empresa de radiotaxi, me habla de "ellos", asumo que refiriéndose a la hermandad tachera) se llevan más de 100 mangos de comisión por persona que hacen entrar. Y eso también lo hacen con los telos, aunque los telos les dan menos, 60 pesos por pareja que llevan.

—Yo conozco todo. La noche es otro mundo. Te llevo de gira a donde quieras. Hay muchas pibas que van de joda y yo las llevo de una joda a otra, y las espero. Todas faloperas son. (!)


Ahora sí se ponía entretenida la cosa y yo 
tengo primera fila. . La puta madre, ¿dónde está el pochoclero? 

El tipo sigue desarrollando sus conocimientos nocturnos, todo lo dice emocionado, y en un relato heroico o invitación, me dice:


—Querés comprar, yo te llevo. Sé donde hay merca, sé donde hay faso. Eso sí, la bolsa sale 100, yo te digo 150. Vienen y me dicen “sí, dame dos, dame tres, cinco, diez…”

La verborragia del tachero hizo que mi mente desvariara. De repente me imaginé a este tipo, el rey de Buenos Aires, manejando el taxi con más onda del planeta, y con todo el poder que eso implica. Ojalá que algún día pegue un vehículo increíble con piscina adentro para llevar a las putas, transas, pibitas faloperas y todos sus amigos lindos de la noche.

La conversación tomó un rumbo un poco menos turbio y el tipo me terminó contando sobre antros donde comés parrilla libre por 20 pesos, o donde hacen unos churros que te llevan directo a la felicidad extrema y a las arterias obstruídas.

Estamos por llegar. El taxi va por General Paz. El tipo me cuenta que “por ahí tiene amigas que a esta hora están trabajando”, y como si  todo lo que me contó hasta ahora no me alcanzara para hacer esta conclusión yo sola, me dice:

—Yo tengo un carácter divino.

Largo una carcajada con ganas. Por ahí fue demasiado brusca, porque el tipo se apuró a decir:
—Te lo digo en serio. Soy muy buen amigo. Y acá arriba, este es un lugar para tener amigos.

Cuando me bajé del taxi me sentí feliz. No sé si decir que me hice un nuevo amigo, pero por las dudas me anoté el teléfono del tipo. Nunca es malo estar cerca de esa gente que no le tiene miedo a la noche.

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